No pensé, ni imaginé jamás,
que abrir una puerta y no más,
me catapultaría al pasado,
sin más cuidado,
que el paracaídas de la añoranza,
y la red de la distancia.
En una mañana de octubre,
siguiendo una línea salubre,
inicié una limpieza de armario,
algo arriesgado y temerario.
Es como entrar en una cueva sin fondo y oscura,
tuve miedo, aunque parezca una tremenda locura.
Encontrar vaqueros de la 38 no fue lo más penoso,
minifaldas, monobiquinis fueron los más injuriosos.
Y llegó el momento de escalar hasta la cima,
el altillo es todo un clímax,
encuentras de todo, todo inservible,
pero no por ello menos imprescindible.
Y empiezas a excavar,
en las ruinas del pasar.
De repente, das un salto al pasado,
el corazón late desenfrenado,
cada poro de tu piel se estremece al descubrir,
allí, enlatados, mil y un pedacitos de sentir,
lo que creías olvidado,
resurge avivado,
por la añorada juventud,
en su mar de inquietud.
Las cartas amarilleadas por el tiempo,
son como barquitos de papel, sedientos de aliento,
para vagar de nuevo en la memoria,
y encallar en los bancos del deseo y gloria.
Te sumerges en el diario de tu adolescencia,
y se agolpan las reminiscencias,
que poco a poco se aclaran, hasta la insolencia,
con arrojo, precisión y vehemencia.
Tu primera vez, momento mágico,
tu primera riña, episodio trágico.
Encuentros amorosos tan intensos,
que se humedecen hasta los lienzos.
Tu olvidaste, pero tu cuerpo recordaba,
y lo sorprendes dándose una escapada.
Tu primer amor atraca en tu puerto,
te quiere llevar al huerto.
Y ahí, entre las paginas acurrucada,
la última, la más preciada,
envuelta en un lazo rojo sangre,
que atesora lo más grande.
Antes de abrirla te detienes en un breve coma,
e inspiras su añorado y delicado aroma,
que te lleva a los albores de tu existencia,
cuando no eras más que esencia.
Recuerdas los mimos y las caricias,
la ingenua malicia,
y esa inolvidable sonrisa,
que se fue con tanta prisa.
Inmersa en su lectura,
emana la ternura,
consejos de una madre y esperanza,
que te siguen en la lontananza.
Y en tus ojos, lágrimas a su orilla,
se humedecen tus mejillas,
y abrazas la hoja de papel,
por tan grato laurel.
Nunca pensé, ni imaginé jamás,
que abrir un armario y no más,
...fuera una experiencia tan virtual.
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