viernes, 11 de abril de 2014

AMANECERES EN LA MADUREZ

  A veces sucede que con el paso del tiempo las mujeres pensamos que todo se acaba. Nos sentimos como una tierra yerma y seca, nos sentimos vacías, recordamos nuestra juventud perdida, y creemos que es el fin de la belleza, de la seducción, de la fertilidad, del sentirnos amadas y deseadas.

  Pero la belleza no tiene edad, la fertilidad está en nuestro interior, no solo damos un fruto carnal, también, somos creativas, intuitivas y ricas en ideas, sentimientos y tantas otras cosas que hacen de nosotras un mundo por descubrir que no tiene fin. 

  Basta con quererse y sentir esa fuerza interior que a lo largo de nuestras vidas nos empuja a seguir sorteando todos los obstáculos, somos las que damos la vida, las que criamos, las que amamos, las que pensamos por todos, las que curamos, las que arrullamos, las que mantienen el hogar encendido y las que esperan cuando todos están dormidos.

  Somos la fuente de la vida, somos su agua, su tierra, su fuego, somos el aire que respiran, somos como la madre tierra, que nos cobija y nos regala sus frutos. Y al igual que ella seguimos los ciclos de la vida. Las tierras volcánicas son un maravilloso ejemplo.

  Visualicen una pradera sin fin, donde la hierba, las flores y los arboles se pierden en el horizonte bañada por un río caudaloso, cercado de unas lomas majestuosas. Es una explosión de vida y de bonanza, y la naturaleza en todo su esplendor y belleza, un mundo de colores. 

  Surge un volcán de las profundidades de la tierra que abrasa todo a su paso, fuego y lava recubren la hermosa pradera, y deja desolación y oscuridad.

  Pero con el paso del tiempo todo vuelve a su ser, todo vuelve a florecer, de las tierras yermas brota de nuevo la vida, de una forma diferente pero tan bella o mas que la anterior.

  Os ofrezco un poema que entrelaza dos vidas paralelas. La de la tierra yerma que recuerda su esplendor y la de una mujer que llora su gloria pasada, sus destinos se aunan, la mujer labra con su rabia la tierra y con sus lágrimas la riega, y la tierra le regala sus frutos, le devuelve las ganas de vivir y le hace comprender que siempre se abren nuevos horizontes y que nunca nada acaba. Solo es un ciclo sin fin.    


 AMANECERES DE LA MADUREZ

Una tierra seca y agrietada
recordaba su gloria pasada,

cuando los ríos la bañaban
y los colores la inundaban,

cuando su primavera florecía
 y de flores la cubría,

cuando era un regalo para la vista
y la inspiración del artista,


cuando sus lomas exhuberantes
se mostraban desafiantes

ante todos los elementos
y se dejaban acariciar por los vientos,

cuando era fecunda y valorada,
admirada y deseada.

Y mientras se lamentaba,
llegó una mujer desolada,


que tristemente recordaba su esplendor
y pedía a gritos un poco de amor.

Tendida, sus dedos arañaron la tierra
y  con sus lágrimas broto la hierba,

con su llanto la mujer,
hizo la tierra reverdecer,

y esta con su resplandor
devolvió a su vida el color.

Dos almas perdidas,
por el dolor unidas,

recobran las fuerzas de vivir,
dejaron atrás el sufrir.

Sin duda en la madurez despiertan amaneceres,
a infinitos y renovados horizontes de placeres.





















No hay comentarios:

Publicar un comentario